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Un día Santi se enfadó muchísimo porque me hizo leer un texto nocillero que él adoraba hasta el delirio y yo le dije que no era para tanto. Una descripción de unas bambas colgadas de un hilo de alta tensión o algo así. Para él la imagen era epifánica. Algo así como la representación iconográfica más exacta que se ha hecho del mundo postmoderno, me dijo. Yo le dije que no era para tanto y me arrojó a la cabeza un cactus que tenía en la terraza. No sé qué me habría hecho si –tal y como pensaba– le hubiera dicho que me parecía una bazofia. Me tuvieron que poner dos puntos de sutura. Después lo volví a leer, pero le dije que antes me invitara a una raya de farlopa para ver si epifaneaba. No puedo decir que no me entusiasmó. Después de aquello flipé. Ahora lo de las zapatillas colgadas en el hilo telefónico me parecía el summum de la creatividad. Desde aquí a esta parte he leído a unos cuantos nocilleros más. No están tan mal, aunque, más que nada, lo he hecho por preservar la existencia de mis cactus y mi propia integridad metafísica.

Teo lee a los poetas clásicos. Es de los pocos que todavía lee poesía. Cuando le digo que ya nadie la lee y que no se publica porque no hay lectores y porque no se vende, me escupe a la cara. Me dice que soy un necio. “Claro que los hay. Pero, son más pobres que las ratas y roban los libros en bibliotecas y librerías”, sostiene bizqueando. “¿Acaso has visto a alguien comprar un libro de poemas alguna vez? No. ¡Claro! Porque sólo los roban, memo”. Yo no sé qué decirle y, por otra parte, no quiero ni oír hablar más de ladrones de libros. Bastante tuve ya.  Ahora se ha pasado a la poesía del XIX, dice que ha descubierto a un Campoamor y que tiene mucha miga. También disfruta arrancando páginas de las antologías que no le gustan. Dice que no hay nada tan sublime como limpiarse el culo con ellas y crear una antología de mierda. Ha empezado también con Pemán y dice Santi que se pasa el día en el excusado con sus poemas y que después sale de allí sonriendo. Me ha pedido dinero para asistir a un congreso de jóvenes poetas en Madrid, pero dudo que  una vez allí lo aproveche. Irá a la primera sesión y, a la que descubra  por allí a algún colega, mandará la poesía a tomar por saco y se abandonará en Usera a las luces de la postbohemia madrileña.