Archivos de la categoría ‘Relatos’

Imagen

Gabi, mi peluquero, conoce a todo el mundo en Isla. Le encanta hablar con las gitanas de aquí. Casi lo hace como ellas. Mezcla el calé con un catalán muy charnego que él tiene. Es una ajergada mezcla muy curiosa. Las gitanas le roban en la cara, pero a él le gusta ponerlas a prueba. Se compra unas gafas de Gucci falsas y, cuando una de ellas pasa por la terraza de una cafetería adonde siempre va, la llama y la invita a una cerveza. Le pregunta por su vida y, adrede, se va al baño y deja las Gucci apócrifas a la vista de la gitana. Después vuelve y, claro, ya no están, ni la una ni las otras. Se muere de la risa. Encuentra en el robo una especie de complacencia. Si no le roban, no vuelve a hablar con ellas. Lo que le gusta es contarlo después y reírse.

Aquí la vida es dura. A mí todo me resbala un  poco, pero la gente lo pasa mal. No hay trabajo y, cuando no es la temporada de verano, muchos no pueden ganarse la vida. A veces me siento mal por eso. No sé quien dijo que lo mejor que podíamos hacer por los pobres es no ser uno de ellos y olvidarnos de que existen. Yo creo que aquí me he tomado esto muy a rajatabla. De todas formas, yo también soy pobre; pero no tanto. Me gano la vida y, así, puedo escribir, que es lo que me gusta. Se me pone la carne de gallina cuando pienso en aquella época en que tenía un horario fijo trabajando en la biblioteca. No sé cómo pude aguantarlo. Bueno, sí lo sé, a base de pastillas. ¡Qué descubrimiento éste de ser freelance! ¡Ni la penicilina! Me ha cambiado la vida.

Imagen

Olga no colabora en nada y me está haciendo sentir como un verdadero idiota. No creo que pueda resistir ni un minuto más este silencioso juego de fuerzas. No se lo he dicho todavía, pero he estado urdiendo un plan que no sé si nos va a salir bien. Quiero que conozca a Sabrina y tengamos un hijo los tres. Pero, mientras yo hablaba con el propietario de la casa, Olga ha bajado del coche, se ha dirigido hacia la maleza que había al borde de la carretera y, sin pensárselo dos veces, se ha puesto en cuclillas a orinar a la vista de todos. Sin colgar, me he dirigido hasta donde ella estaba reprendiéndola a voces. Mientras orinaba sosteniéndose las bragas, me ha mirado fijamente diciéndome: “No te preocupes, cariño. Lo superaremos”.

Interferencias desde Isla/3.0

Publicado: 13 julio, 2013 en Relatos
Etiquetas:, , , , , ,

Imagen

Por suerte tengo a Gabi, mi peluquero. Aquí es mi mejor amigo. Lleva ya diez años viviendo en Isla y está feliz con su vida. Vive con Mariló, pero a ella le queda poco para escapar de aquí. Va a probar suerte en Estados Unidos. Quiere dar el salto americano. “¿El salto a dónde?”, dice Gabi. “Si no tiene ni la Primaria”. Gabi es muy así, te lo dice todo a la cara y no se anda con chiquitas. Nunca hemos concertado una cita. Lo veo desde la terraza de mi apartamento sacando a su perrita, Tíffanys, y lo llamo a gritos. Entonces bajo a la playa y paseo con él. Ya le he dicho que la culpa de que sea tan tonta la tiene él. Con ese nombre, no me extraña. Una perrita tan guapa se merece un buen nombre, uno así como Lluvia. Ése sí que es un buen nombre: Llu-via. Si tuviera una perrita la llamaría así y sería la más lista de la playa. Además, según dicen los que han tenido una vida perruna, un perro tiene que tener un nombre de dos sílabas porque no puede captar más que dos, así que ella debe oír algo así como Tifa. “Imagina qué pensarías si, además de ser una perra marilyn,  te llamasen Tifa”. Él se ríe y me manda a la mierda. Me gusta la cara que pone cuando me manda a la mierda y esboza una sonrisa.

Imagen

Bien mirado, ¿qué hago yo con una chica de diecinueve años? A no ser que sea una depredadora sexual, a la mínima que perciba una de esas miradas mías de buitre, se va a ir por pies de mi apartamento. Ya sé. Primero la recibiré vestido deportivamente, con un chándal de marca. Nuevo a ser posible. Eso me dará un aire de seguridad y cierto prestigio social. Después le ofreceré una bebida en la barra de mi cocina americana. Un vodka de arándanos, suave pero efectivo. La haré recorrer con toda rapidez mi diminuto apartamento. Si se detiene a mitad del salón, se chocará con mi cama gigante y se inquietará. No. Pasaremos directamente a la terraza. Es lo mejor de la casa, porque tiene vistas a la playa. Espero que le gusten los muebles de teka. Es lo que hay. El piso es alquilado, no los puedo cambiar. Por cierto, tengo que ajustar las fundas de las sillas y de las tumbonas. Nada puede fallar. ¿Y qué hago con este maldito grano? ¡Joder, a mis cuarenta años y con este cráter en la frente! Lo del sarro lo puedo disimular, pero ¿esto? ¡Si no fuera tan caro aquí visitar al dentista! En una isla ya se sabe, todo sube. Y yo no cobro el plus de insularidad como el resto. Por suerte, con las correcciones y los informes de lectura que envío a la editorial voy tirando para ir pagando el alquiler. Lo de la columna, afortunadamente, da para más. Bueno, no me puedo quejar. Ya llevo cuatro meses aquí y, la verdad, la vida no está tan mal. Pero, la humedad, me tiene las lumbares hechas añicos.

Margot

Publicado: 7 julio, 2013 en Relatos, Uncategorized
Etiquetas:, , ,

Imagen

Mientras que Margot dormía, él pensaba, haciéndole el amor, en su padre recién muerto por su propia mano.

Panegírico

Publicado: 7 julio, 2013 en Relatos
Etiquetas:, , , ,

Imagen

El hombre de gris se desnudó y,  para recordar la imagen de su mujer muerta, sacó del arcón el vestido que ella había guardado para una ocasión especial. Después, se lo probó con dulce parsimonia frente al espejo. Como ella hacía.

Secuencia estival

Publicado: 5 julio, 2013 en Relatos
Etiquetas:, , ,

lisettemodel4

 

Mientras leía la prensa, la imaginé en el Corte Inglés, eligiendo unos tangas brasileños de encaje turquesa; me invadió una ráfaga de dolorida compasión.

Sombras

Publicado: 1 julio, 2013 en Miscelánea, Relatos
Etiquetas:, , , , ,

sombraCapitangeb09

No sé dónde leí una vez –o más de una– un relato en que un tipo no tenía sombra y esto le llevaba por el camino de la amargura. El a-sombrado sólo salía a la calle cuando estaba nublado y los días soleados se quedaba en casa para que nadie se diera cuenta de su defecto. También en la novela de Chamisso, El hombre que perdió su sombra, la sombra se convierte en una especie de apéndice obsesivo que nos hace debatirnos entre la vida y la muerte, de tal manera que la ausencia de ella nos hace ver que ya no estamos vivos y su presencia nos recuerda que Ella espera acechante nuestro momento.  En mi caso ocurre todo lo contrario: he logrado salir de mí y me he convertido en mi sombra.

Hoy he tenido un día de esos en que mi estado de ensoñación me ha hecho olvidar que yo soy yo y me he convertido en mi sombra:

–       Me he levantado bajo los efectos de un somnífero y a través de mis pupilas he tardado una hora en dejar de ver sombras.

–       Lo que he leído en el tren no lo recuerdo. Ha quedado a la sombra de mi memoria, en el poso del olvido.

–       Mis alumnos me escuchaban como espectros. No los he podido mirar directamente a la cara y ellos me han visto como una sombra. De hecho, no recordarán que estuve con ellos a la sombra de sus pupitres. Sombra.

–       Tres han sido las reuniones con mis colegas que me han hecho verme a mí mismo como la sombra de lo que debería ser. Me he buscado por los pasillos y he visto pasar mi sombra, la que el otro día dejé olvidada.

–       En el ascensor ha entrado la sombra del profesor de Física que con toda seguridad me debe considerar lejano a su sombra. Este sí que tiene mala sombra.

–       He dormido la siesta a la sombra de mi pareja.

–       En el club de lectura he preferido quedarme al margen de mi sombra. Cuatro textos leídos e interpretados y yo ausente, jugando a las cartas con mi sombra.

–       Vuelvo a casa y no hay nadie. Busco una sombra por toda la casa. Sin rastro de ella, me decido a terminar este día sombrío escribiendo un texto que guardaré a la sombra para ver si madura.

Hay días en que uno se convierte en la sombra de su propia mierda.

Imagen

Tengo otra cita con una desconocida que va a venir a buscarme a las ocho. Mi apartamento es el 104, pero seguramente no  encontrará el portero automático que se halla tímidamente escondido al final de la urbanización. Estos apartamentos de playa tan mal construidos tienen eso: no están pensados para tener citas con desconocidos. Ella dice que tiene diecinueve años. Sabe que yo soy nuevo en Isla y me quiere conocer. Aquí, en verano, hay poco que hacer. Una vez que uno ha visto la película que estrenan cada semana y leído el periódico local, ya no queda nada mejor que hacer que vagar en busca de conversación. Hablando del diario local, todavía no he redactado mi columna semanal. No se me ocurre nada. Echaré mano de las reservas de otras. Los temas de mi columna aquí siempre son los mismos. Eso sí, me he de cuidar muy mucho de no hablar de política, aquí se desconfía mucho de ella. Nunca trae nada bueno. Hablaré seguramente de la plaga de medusas que nos invadirá esta temporada. Dicen que la calavera portuguesa es una especie seminueva más agresiva y que reducirá el número de bañistas en un veinte por ciento. La culpa de todo la tiene la pesca del atún. Sin ellos no habrá nadie que mate a esos malditos cnidarios. Por si acaso, yo evitaré pedir en el bar bocadillos de atún. Tal vez no escribiré sobre las medusas y hablaré del sacrificio de galgos.

Imagen

La desconocida no se presentó a la cita. Sigo siendo una máquina soltera duchampiana.

Aquí, en Isla llevo una vida estoica por narices. “Sí o sí”, como dicen las chonis, siempre tan parcas en lexías. Un sabio –debía de ser un estoico– dijo alguna vez: “Siéntate al sol. Abdica. Y sé rey de ti mismo”. Ahora, escuchando mi pensamiento, pienso que vendría bien aplicar esta máxima a nuestras tontas vidas contemporáneas de mendigos de nosotros mismos.

En la isla en la que veraneo no hay distancias. La podría recorrer en media hora simplemente dándome un paseo en bicicleta. Cuando ya has saludado a los tenderos que conoces, has comprado el pan y  te has leído por encima la prensa local, hay poco más que hacer. Estoy tremendamente ocioso. El otro día unos desconocidos  me invitaron a disfrutar de la presencia del  eclipse de sol en la zona norte, pero tuve miedo de regresar después  a oscuras hasta mi casa. Hay muchas zonas sin iluminar y aquí, a veces, pasan cosas muy extrañas. En realidad, todo es extraño y  diferente. Isla es un “no lugar” en el sentido en el que Marc Augé acuñó el término. Un “lugar de anonimato” donde el desarraigado viajante que va a morir se siente de paso: eternamente extranjero.

Estoy feliz de vivir aquí, en este ascensor averiado.